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La utilidad bruta de una empresa es la ganancia que se obtiene de la venta de un producto, luego de restarle los costos asociados a su producción. Una empresa quiere calcular la relación de sus costos con la utilidad bruta, por lo que relaciona mediante una tabla los datos de sus costos y su utilidad bruta (en USD) de los tres primeros años de operación.
La expresión G(c) representa la utilidad en función de los costos es
En palabras de los expertos en pintura, una pared de 10m2, se puede pintar con un litro de pintura de buena calidad y dando solo una pasada, si la calidad no es la adecuada el rendimiento por cada litro disminuye. Juan necesita pintar tres paredes rectangulares de las siguientes dimensiones en metros: 5X4, 6X5 y 3X4
La cantidad de cm2 que Juan necesita pintar es
Uno de los mayores desafíos que tiene Colombia es el de aumentar los niveles de productividad del campo con la apropiación de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), definiendo como una de las primeras acciones para cerrar la brecha tecnológica llevar internet a las zonas rurales de país. El Ministerio de las TIC realizo una encuesta para realizar una caracterización diagnostica inicial utilizando una muestra de 1’000.000 personas, en la cual reporto los siguientes datos
1. Existe un total de 6.975 puntos de conectividad WIFI los cuales están llevando internet a zonas rurales del País distribuidos en un total de 936 municipios.2. El 45% de la población encuestada reporto dificultades para utilizar los puntos de conectividad WIFI actuales. Al indagar a las personas con dificultades para usar los puntos de conectividad WIFI se encontró que el 34% de los campesinos dicen que no les interesa usar estos puntos de conectividad, el 25% de campesinos reportó que no los usan porque quedan lejos de su predio y un 41% dicen que no saben cómo acceder a los puntos de conectividad WIFI.
Si de las personas encuestadas se toma una sola persona aleatoriamente, la probabilidad de que esté alejada de los puntos de conectividad WIFI y que por esta razón no los use es de
En un acto de corrupción en la entrega de alimentos mediante mercados comunitarios, cada pechuga de pollo se facturó con un costo unitario de $40.000, mientras que su precio real unitario es de $8.000. El total de pechugas compradas por semana es de mil unidades, teniendo una sobrefacturación de
Un tanque de agua esférico de 3 metros de radio debe ser renovado. Al momento de comprar su reemplazo solo se encontró con tanques cilíndricos con el mismo radio, entonces para conservar el volumen de agua contenido en el tanque esférico la altura del cilindro debe ser igual a
Hay que recordar que 1. El volumen de una esfera es igual a V = (4/3) π r³ 2. El volumen de un cilindro es igual a V= π r² h
Puros cuentos
Nada mejor , cuando nos fatigan los “cuentos” de la política, que refugiarnos en los de la literatura. Ya que me lo preguntan (o imagino que, para halagar mi vanidad, lo hacen) digo que aprendí a leer en la modesta biblioteca de mi padre, que en su mayor proporción no podía comprender por mi ignorancia del inglés (Ahora hablo “paisa english”, como Uribe, no como Duque). Hacia mis trece años era el único interno de mi colegio; por eso me decían el niño de los curas. Lo que no fue obstáculo para que esos venerables sacerdotes me permitieran leer el Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam, obra herética para la iglesia; confiaban mis maestros que nada entendería y que esa lectura no me haría daño. No entendí y no me hizo daño, pero consolidó mi vocación. Desde entonces soy lector irredento sin haberme preguntado nunca el porqué de esta pasión inextinguible. En un bello ensayo - Los hijos del licenciado: para una ética del lector- Juan Gabriel Vásquez anota que “La lectura de ficción es una droga; el lector de ficciones, un adicto. Como toda adicción, cualquier intento de explicarla es necesariamente limitado, porque tarde o temprano se topará contra el muro de lo irracional”. Así es. (Espero que la analogía con sustancias alucinógenas no se tome demasiado en serio por la policía: suelo leer en los parques, así haya niños en los alrededores…) Se lee, en efecto, por placer y el placer no requiere razones. Hay una poderosísima, sin embargo. La literatura nos permite escapar de nuestras limitadas vidas personales para sumergirnos en otras imaginarias. Podemos ser, un marino vikingo, un cirujano en alguna guerra horripilante o visitante de otro planeta. Solo que al regresar de estos largos viajes de ensoñación lo hacemos enriquecidos por experiencias, sensibilidades y conocimientos nuevos. Todavía no puedo emitir un juicio definitivo sobre Orillas, el libro póstumo de Roberto Burgos Cantor, lo que no me impide afirmar que su cuento, De ballenas, es de una belleza deslumbrante. Para demostrarlo sería inevitable copiar ese breve texto que se limita a describir la apoteosis del enorme cetáceo que emerge de las profundidades marinas para flotar sobre el agua y luego hundirse de nuevo en un rito maravilloso que su canto acompaña. En un segundo momento, “ella no percibe el aleteo de los pájaros de mar que revolotean encima sin atreverse a descansar el vuelo y rascar el pico en su cuerpo que a poco pierde el brillo y se seca. Los ojos cada vez ven menos y el mundo incendiado se arropa en una oscuridad silenciosa, sin forma”. Al goce primario de la lectura, para el que basta sensibilidad estética, sucede otro que depende de la cultura de cada lector. En mi caso descubro que el título del cuento menciona ballenas, en plural, a pesar de que el relato versa sobre una sola. Vislumbro en esa discordancia un tácito homenaje a Moby Dick, la mítica ballena blanca de la novela de Herman Melville; leerla se convierte en urgente tarea. Al mismo tiempo, la muerte de la ballena real, que imagino en un amanecer nublado en la costa selvática del pacífico colombiano, me hace recordar La muerte de Iván Ilich de Tolstoi leída hace poco: la sentí como una suerte de preludio de una de mis posibles muertes. Me dio tristeza, por mí y los míos, anticipar mi partida, aunque no tuve miedo. Definitivamente, leer nos enriquece. César Aira es un brillante escritor argentino cuyas excelsas virtudes como cuentista merecen un reconocimiento mayor. Por estos días leo El cerebro musical, una antología de sus mejores relatos de ficción. Uno de ellos -El hornero- parte de una hipótesis absurda que desarrolla con una lógica impecable: “que el ser humano actúa movido por un estricto programa instintivo, que se manifiesta siempre, en todas las ocasiones de la vida, hasta las que parecen más caprichosas o voluntarias”. Por el contrario, el hornero, por ejemplo, que es una especie de pájaro, está “…a merced del azar horrendo de las ideas, de las ocurrencias, de los estados de ánimo, de la voluntad y sus infinitos desfallecimientos, del clima, de la historia”. En suma: mientras los humanos estamos, sin saberlo, o creyendo lo contrario, aprisionados en la cárcel del instinto, los animales, entre ellos el hornero, padecen la tragedia de ser libres. Sabemos, por supuesto, que la teoría es falsa; el deleite deriva de un desarrollo narrativo tan riguroso como un teorema y tan agudo como un bisturí. Tomás González, es una de las figuras más valiosas de la literatura actual de nuestro país. Sus poemas, cuentos y novelas se destacan por un conocimiento profundo de la condición humana a la que se aproxima con piedad y discreción. La parvedad de los medios que emplea insinúa más que decir, a fin de que el lector atento descubra por sí mismo lo mucho que el autor deja apenas esbozado. Su cuento El Expreso del Sol, que es el título de uno de sus libros, trata de un viaje imaginario, que replica con una pobre escenografía y la devoción de su familia, los muchos viajes a lo largo de su vida que el protagonista realizó desde el Magdalena Medio hasta cualquiera de las ciudades de nuestra Costa Atlántica. Este de ahora es vivido como una experiencia verdadera porque el viajero padece de demencia senil. La anécdota es simple; el artefacto narrativo, esplendoroso. Briznas poéticas. Como el texto que precede se inscribe en la poética, entendida esta como la reflexión sobre textos literarios, esta vez no finalizaré con una breve transcripción de algún poeta que admiro. Utilizo este espacio para corregir un error de mi anterior columna. Rodrigo Londoño -antes “Timochenko”- no es senador. Fue el último comandante de las Farc y hoy preside el partido político de igual nombre. Sobre sus hombros recaen graves responsabilidades que lo veo ejercer con buen juicio. Hay que reconocerlo así y apostar por su éxito.
Recuperado de https://www.semana.com/amp/puros-cuentos-columna-de-jorge-h-botero/619623
El siguiente postulado “se lee, en efecto, por placer y el placer no requiere razones” hace referencia a
Puros cuentos
Nada mejor , cuando nos fatigan los “cuentos” de la política, que refugiarnos en los de la literatura. Ya que me lo preguntan (o imagino que, para halagar mi vanidad, lo hacen) digo que aprendí a leer en la modesta biblioteca de mi padre, que en su mayor proporción no podía comprender por mi ignorancia del inglés (Ahora hablo “paisa english”, como Uribe, no como Duque). Hacia mis trece años era el único interno de mi colegio; por eso me decían el niño de los curas. Lo que no fue obstáculo para que esos venerables sacerdotes me permitieran leer el Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam, obra herética para la iglesia; confiaban mis maestros que nada entendería y que esa lectura no me haría daño. No entendí y no me hizo daño, pero consolidó mi vocación. Desde entonces soy lector irredento sin haberme preguntado nunca el porqué de esta pasión inextinguible. En un bello ensayo - Los hijos del licenciado: para una ética del lector- Juan Gabriel Vásquez anota que “La lectura de ficción es una droga; el lector de ficciones, un adicto. Como toda adicción, cualquier intento de explicarla es necesariamente limitado, porque tarde o temprano se topará contra el muro de lo irracional”. Así es. (Espero que la analogía con sustancias alucinógenas no se tome demasiado en serio por la policía: suelo leer en los parques, así haya niños en los alrededores…) Se lee, en efecto, por placer y el placer no requiere razones. Hay una poderosísima, sin embargo. La literatura nos permite escapar de nuestras limitadas vidas personales para sumergirnos en otras imaginarias. Podemos ser, un marino vikingo, un cirujano en alguna guerra horripilante o visitante de otro planeta. Solo que al regresar de estos largos viajes de ensoñación lo hacemos enriquecidos por experiencias, sensibilidades y conocimientos nuevos. Todavía no puedo emitir un juicio definitivo sobre Orillas, el libro póstumo de Roberto Burgos Cantor, lo que no me impide afirmar que su cuento, De ballenas, es de una belleza deslumbrante. Para demostrarlo sería inevitable copiar ese breve texto que se limita a describir la apoteosis del enorme cetáceo que emerge de las profundidades marinas para flotar sobre el agua y luego hundirse de nuevo en un rito maravilloso que su canto acompaña. En un segundo momento, “ella no percibe el aleteo de los pájaros de mar que revolotean encima sin atreverse a descansar el vuelo y rascar el pico en su cuerpo que a poco pierde el brillo y se seca. Los ojos cada vez ven menos y el mundo incendiado se arropa en una oscuridad silenciosa, sin forma”. Al goce primario de la lectura, para el que basta sensibilidad estética, sucede otro que depende de la cultura de cada lector. En mi caso descubro que el título del cuento menciona ballenas, en plural, a pesar de que el relato versa sobre una sola. Vislumbro en esa discordancia un tácito homenaje a Moby Dick, la mítica ballena blanca de la novela de Herman Melville; leerla se convierte en urgente tarea. Al mismo tiempo, la muerte de la ballena real, que imagino en un amanecer nublado en la costa selvática del pacífico colombiano, me hace recordar La muerte de Iván Ilich de Tolstoi leída hace poco: la sentí como una suerte de preludio de una de mis posibles muertes. Me dio tristeza, por mí y los míos, anticipar mi partida, aunque no tuve miedo. Definitivamente, leer nos enriquece. César Aira es un brillante escritor argentino cuyas excelsas virtudes como cuentista merecen un reconocimiento mayor. Por estos días leo El cerebro musical, una antología de sus mejores relatos de ficción. Uno de ellos -El hornero- parte de una hipótesis absurda que desarrolla con una lógica impecable: “que el ser humano actúa movido por un estricto programa instintivo, que se manifiesta siempre, en todas las ocasiones de la vida, hasta las que parecen más caprichosas o voluntarias”. Por el contrario, el hornero, por ejemplo, que es una especie de pájaro, está “…a merced del azar horrendo de las ideas, de las ocurrencias, de los estados de ánimo, de la voluntad y sus infinitos desfallecimientos, del clima, de la historia”. En suma: mientras los humanos estamos, sin saberlo, o creyendo lo contrario, aprisionados en la cárcel del instinto, los animales, entre ellos el hornero, padecen la tragedia de ser libres. Sabemos, por supuesto, que la teoría es falsa; el deleite deriva de un desarrollo narrativo tan riguroso como un teorema y tan agudo como un bisturí. Tomás González, es una de las figuras más valiosas de la literatura actual de nuestro país. Sus poemas, cuentos y novelas se destacan por un conocimiento profundo de la condición humana a la que se aproxima con piedad y discreción. La parvedad de los medios que emplea insinúa más que decir, a fin de que el lector atento descubra por sí mismo lo mucho que el autor deja apenas esbozado. Su cuento El Expreso del Sol, que es el título de uno de sus libros, trata de un viaje imaginario, que replica con una pobre escenografía y la devoción de su familia, los muchos viajes a lo largo de su vida que el protagonista realizó desde el Magdalena Medio hasta cualquiera de las ciudades de nuestra Costa Atlántica. Este de ahora es vivido como una experiencia verdadera porque el viajero padece de demencia senil. La anécdota es simple; el artefacto narrativo, esplendoroso. Briznas poéticas. Como el texto que precede se inscribe en la poética, entendida esta como la reflexión sobre textos literarios, esta vez no finalizaré con una breve transcripción de algún poeta que admiro. Utilizo este espacio para corregir un error de mi anterior columna. Rodrigo Londoño -antes “Timochenko”- no es senador. Fue el último comandante de las Farc y hoy preside el partido político de igual nombre. Sobre sus hombros recaen graves responsabilidades que lo veo ejercer con buen juicio. Hay que reconocerlo así y apostar por su éxito.
Recuperado de https://www.semana.com/amp/puros-cuentos-columna-de-jorge-h-botero/619623
La expresión subrayada al inicio del texto presenta una figura literaria llamada
Vincent Price, el siglo de las sombras
Se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los iconos del cine de terror.
Para algunos era el genuino «chico Poe» en aquellas góticas y algo salomónicas adaptaciones filmadas por Roger Corman en los años 60. Para otros, la tenebrosa y rapera voz en off del «Thriller» de Michael Jackson («Darkness falls across the land / The midnite hour is close at hand / Creatures crawl in search of blood / To terrorize yawls neighbourhood»). Y, para los últimos en subirse el vagón de cola del cine fantaterrorífico, el gepettiano mad doctor de ese chico-ostra triste, solitario y con manicura atroz llamado Eduardo Manostijeras ideado por la cabeza borradora y despiojada de Tim Burton. Tres caras del miedo, tres, que pertenecen a un mismo actor, Vincent Price, quien vino a este mundo un 27 de mayo de 1911 en St. Louis y cuyo primer papel, curiosamente, fue el de defensor de la ley y el orden sobre las tablas londinenses en «Chicago» (no confundir con el musical, por supuesto) allá por 1935. Más pronto el gusanillo terrorífico se le metió en los huesos y ya nunca le abandonó, a pesar de que, como su mentor Boris Karloff, también intentó probar suerte en otros géneros más «convencionales», pero como si quieres arroz, Catalina. La huella de los mitos terroríficos marca tan a fuego que es casi imposible escapar de su embrujo y estigma. Él mismo lo reconocía en 1986: «He participado en 110 películas y solo 20 han sido de terror; sin embargo, son las que han permanecido en la memoria colectiva». El mundo de las tinieblas y precisamente Price dio sus primeros pasos en el mundo de las tinieblas al lado del gran Karloff en «La torre de Londres» (1939), pero sus inquietudes artísticas e intelectuales (atesoraba una formación exquisita en bellas artes, antropología o gastronomía) le llevaron a diversificar su talento con películas dispares como «La canción de Bernadette», «Las llaves del reino», «Wilson», «Laura» o uno de sus mayores éxitos, la fascinante y borrascosa «El castillo de Dragonwyck» (1946), de un novato Joseph Leo Mankiewicz, donde compuso a un atormentado Nicholas Van Rynn que recuerda al Roderick de la Casa Usher. Pero, a partir de los años 50, su quijotesca, irónica y pérfida presencia le convirtió en un icono señorial del cine fantástico post-Universal. Y, a pesar de seguir interviniendo en cintas como «Mientras Nueva York duerme» o hasta «Los diez mandamientos», la tipografía de su nombre aumentaba de tamaño en filmes como «Los crímenes del museo de cera», «El mago asesino», «La mansión de los horrores» o «Escalofrío». En esto llegamos al punto clave de su carrera: mientras en Inglaterra la productora Hammer se decantaba por la sangre nada fácil de vampiros en celo con Christopher Lee como estandarte (que no estaca), en Estados Unidos la American International Pictures de Roger Corman tiraba de clásicos populares y elegía a Price para liderar, con una mano huesuda en el mármol de Palas y otra en el de Minerva, el carruaje luciferino de «La caída de la Casa Usher», «El péndulo de la muerte», «Historias de terror», «El cuervo» o «La máscara de la muerte roja». Posiblemente fueron sus mejores años y sus más recordados trabajos en el género. Tanto que, tras unas gotas de desengrasante paródico («La comedia de los terrores», «Doctor G y su máquina de bikinis» …) intentó sacudirse su hechizo poco a poco. Afortunadamente, en la recámara aún quedaban algunas buenas balas de plata («El abominable doctor Phibes») antes de lanzar sus últimos brindis al sol (la crepuscular y conmovedora «Las ballenas de agosto», con Bette Davis y Lillian Gish) y a la luna («Eduardo Manostijeras»). Finalmente, en un frío día de finales de octubre de 1993, el telón carmesí cayó sobre «El maestro de lo macabro», «El comerciante de la amenaza» o «El villano exquisito», título (nobiliario, claro) éste con el que José Manuel Serrano Cueto ha bautizado su segundo y aún caliente libro sobre Vincent Price (el primero, también publicado por T&B, fue «El terror a cara descubierta»). Sirva su lectura (junto a otros actos promovidos en Estados Unidos por su hija Victoria en el felizmente llamado «Vincentenario»), como inmejorable homenaje local a su gigantesca figura y legado. Y si lo es contemplando, desde alguna ventana esmerilada, una buena tormenta preveraniega con latigazos de rayos y truenos en el horizonte, mejor que mejor.
Recuperado de https://www.abc.es/20110527/cultura-cine/abci-vincent-price-centenario-201105271654.html
Con la expresión “antes de lanzar sus últimos brindis al sol y a la luna” el autor pretende hacer
Vincent Price, el siglo de las sombras
Se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los iconos del cine de terror.
Para algunos era el genuino «chico Poe» en aquellas góticas y algo salomónicas adaptaciones filmadas por Roger Corman en los años 60. Para otros, la tenebrosa y rapera voz en off del «Thriller» de Michael Jackson («Darkness falls across the land / The midnite hour is close at hand / Creatures crawl in search of blood / To terrorize yawls neighbourhood»). Y, para los últimos en subirse el vagón de cola del cine fantaterrorífico, el gepettiano mad doctor de ese chico-ostra triste, solitario y con manicura atroz llamado Eduardo Manostijeras ideado por la cabeza borradora y despiojada de Tim Burton. Tres caras del miedo, tres, que pertenecen a un mismo actor, Vincent Price, quien vino a este mundo un 27 de mayo de 1911 en St. Louis y cuyo primer papel, curiosamente, fue el de defensor de la ley y el orden sobre las tablas londinenses en «Chicago» (no confundir con el musical, por supuesto) allá por 1935. Más pronto el gusanillo terrorífico se le metió en los huesos y ya nunca le abandonó, a pesar de que, como su mentor Boris Karloff, también intentó probar suerte en otros géneros más «convencionales», pero como si quieres arroz, Catalina. La huella de los mitos terroríficos marca tan a fuego que es casi imposible escapar de su embrujo y estigma. Él mismo lo reconocía en 1986: «He participado en 110 películas y solo 20 han sido de terror; sin embargo, son las que han permanecido en la memoria colectiva». El mundo de las tinieblas y precisamente Price dio sus primeros pasos en el mundo de las tinieblas al lado del gran Karloff en «La torre de Londres» (1939), pero sus inquietudes artísticas e intelectuales (atesoraba una formación exquisita en bellas artes, antropología o gastronomía) le llevaron a diversificar su talento con películas dispares como «La canción de Bernadette», «Las llaves del reino», «Wilson», «Laura» o uno de sus mayores éxitos, la fascinante y borrascosa «El castillo de Dragonwyck» (1946), de un novato Joseph Leo Mankiewicz, donde compuso a un atormentado Nicholas Van Rynn que recuerda al Roderick de la Casa Usher. Pero, a partir de los años 50, su quijotesca, irónica y pérfida presencia le convirtió en un icono señorial del cine fantástico post-Universal. Y, a pesar de seguir interviniendo en cintas como «Mientras Nueva York duerme» o hasta «Los diez mandamientos», la tipografía de su nombre aumentaba de tamaño en filmes como «Los crímenes del museo de cera», «El mago asesino», «La mansión de los horrores» o «Escalofrío». En esto llegamos al punto clave de su carrera: mientras en Inglaterra la productora Hammer se decantaba por la sangre nada fácil de vampiros en celo con Christopher Lee como estandarte (que no estaca), en Estados Unidos la American International Pictures de Roger Corman tiraba de clásicos populares y elegía a Price para liderar, con una mano huesuda en el mármol de Palas y otra en el de Minerva, el carruaje luciferino de «La caída de la Casa Usher», «El péndulo de la muerte», «Historias de terror», «El cuervo» o «La máscara de la muerte roja». Posiblemente fueron sus mejores años y sus más recordados trabajos en el género. Tanto que, tras unas gotas de desengrasante paródico («La comedia de los terrores», «Doctor G y su máquina de bikinis» …) intentó sacudirse su hechizo poco a poco. Afortunadamente, en la recámara aún quedaban algunas buenas balas de plata («El abominable doctor Phibes») antes de lanzar sus últimos brindis al sol (la crepuscular y conmovedora «Las ballenas de agosto», con Bette Davis y Lillian Gish) y a la luna («Eduardo Manostijeras»). Finalmente, en un frío día de finales de octubre de 1993, el telón carmesí cayó sobre «El maestro de lo macabro», «El comerciante de la amenaza» o «El villano exquisito», título (nobiliario, claro) éste con el que José Manuel Serrano Cueto ha bautizado su segundo y aún caliente libro sobre Vincent Price (el primero, también publicado por T&B, fue «El terror a cara descubierta»). Sirva su lectura (junto a otros actos promovidos en Estados Unidos por su hija Victoria en el felizmente llamado «Vincentenario»), como inmejorable homenaje local a su gigantesca figura y legado. Y si lo es contemplando, desde alguna ventana esmerilada, una buena tormenta preveraniega con latigazos de rayos y truenos en el horizonte, mejor que mejor.
Recuperado de https://www.abc.es/20110527/cultura-cine/abci-vincent-price-centenario-201105271654.html
“La huella de los mitos terroríficos marca tan a fuego que es casi imposible escapar de su embrujo y estigma”, Vincent Price, lo reconocía en 1986: «He participado en 110 películas y solo 20 han sido de terror; sin embargo, son las que han permanecido en la memoria colectiva”. El motivo por el cuál las películas de terror permanecen en la retentiva social es
Cuando se usaban momias como pintura para cuadros
El cuadro La Libertad guiando al pueblo fue pintado en 1830 por Eugene Delacroix, y es una más de las miles de joyas expuestas en el Louvre. En él, se puede ver una barricada humana sobre la que avanza La Libertad, llevando a su espalda al pueblo francés. Los cadáveres de la parte baja del cuadro son más reales de lo que parecen, y es que están pintados con un pigmento especial llamado Marrón de Egipto. ¿Su principal ingrediente? Restos de momias auténticas. No podemos considerar a Delacroix como alguien extravagante por usarlo. Lo cierto es que era una pintura muy conocida y usada entre los pintores de mediados del siglo XVIII hasta el siglo XIX. En la mayoría de pinacotecas podemos encontrar este siniestro tono marrón, ya que es un resto arqueológico de una época no tan antigua, cuando las momias eran consideradas un bien mercantil para ser usadas en medicamentos y pinturas. Hoy en día solo podemos ver momias en algunos museos, protegidas bajo vitrinas de seguridad; pero esto no ha sido siempre así. Desde el siglo I d.C. las momias egipcias eran consideradas un medicamento. Estos cadáveres embalsamados no se deterioraban con el paso del tiempo, por lo que algunos curanderos consideraban que la fuerza de la vida seguía en su interior, y que su consumo podía ayudar a curar enfermedades. Era un ingrediente complicado de conseguir, pero empezó a ganar fama en Europa a partir del siglo XVI. Había ciertas restricciones aduaneras, pero no era difícil encontrar en el Mediterráneo barcos de mercancías exportando momias desde Egipto. La popularidad de estos medicamentos, y los altos precios que los europeos estaban dispuestos a pagar, lo hacían un negocio muy rentable. Por supuesto, no era sencillo conseguir momias. En Egipto supuso un aumento de los saqueadores de tumbas, que no dudaban en profanar y robar cualquier cuerpo que pudieran encontrar. Además, lo normal era trocear los cuerpos para venderlos al peso, ya que ciertas zonas de los huesos eran más valiosas que otras. A medida que las momias escaseaban, empezaron a surgir falsificaciones. Muchas eran cadáveres recientes, cubiertos de miel y cera, que se dejaban al sol durante semanas, logrando un resultado parecido al de una momificación real. Incluso se empezó a aprovechar las mascotas momificadas, normalmente gatos que se habían depositado cerca de la tumba de su dueño. Esto puede resultarnos especialmente grotesco en la actualidad, pero es debido a cierto cambio que se produjo en la sociedad durante el siglo XVII. Las momias pasaron de estar en cualquier farmacia, a ser considerado algo desagradable. Son varios factores los que provocaron este cambio, como la popularización de la cultura egipcia tras la invasión de Napoleón a Egipto, o la escritura de novelas de aventuras con momias como enemigos. Poco a poco, la población empezó a interesarse por las momias, siendo percibidas como cadáveres de habitantes antiguos, dándose cuenta de que su uso como fármaco se acercaba demasiado al canibalismo. Esto llevó a que durante el siglo XVIII ya prácticamente nadie consumía ni recomendaba las momias como medicamento. Perduró un poco más como un ingrediente de magia negra y ocultista, pero con unos niveles de consumo menores. Pero todavía había exportaciones de momias y no iban a desaparecer fácilmente. Si la población lo rechazaba como medicamento, el negocio decidió cambiar de rumbo, probando en otro mercado completamente diferente: la pintura. Una pintura grasa pero inconsistente Desde un punto de vista químico, las momias son una combinación muy variable de compuestos. En una momia podemos encontrar algunos relacionados con el cuerpo, como puede ser el carbonato cálcico de los huesos, o las grasas. Pero también compuestos que se añaden en el proceso de embalsamiento, como el betún, asfalto y ceras especiales. Si se combinaba esta mezcla con algún aglutinante, se forma una pintura bastante grasa que puede usarse para pintar cuadros sin que se desquebrajen al secarse,un bien muy valorado por los pintores de la época. A los comerciantes de momias no se les escapó esta idea, y empezaron a crear pinturas marrones con momias trituradas, bajo el nombre comercial de Marrón Egipcio, o directamente Marrón Momia. Usar momias como pintura era un negocio incluso más rentable que su uso como medicamento. En las entrevistas de la época, los comerciantes confirmaban que se necesitaba pocas momias para dar color a la pintura. Una momia adulta cubría todas las necesidades de pintura del comerciante durante casi veinte años, por lo que era un negocio ideal en un mercado donde las momias cada vez eran más escasas. Esta pintura tuvo un pequeño éxito inicial, y fue muy usada por algunos pintores entre mediados del siglo XVIII y el siglo XIX. Eugene Delacroix solía tenerlo en su paleta, y lo usó para muchos de sus cuadros, como La Libertad guiando al pueblo. Y como él, muchos otros pintores aprovechaban su tono marrón característico para pintar cuadros oscuros y tenues. Algunos pintores alababan la estabilidad de esta pintura, ya que su parte grasa hacía que no se fracturara al secarse. Además, era bastante barata en comparación a otros pigmentos marrones alternativos. Sin embargo. Muchos se quejaban de la falta de consistencia entre tubos de pintura. Algunos tubos de pintura tenían mejor calidad que otros, seguramente debidos a las diferencias entre las zonas de momia que se usaban. Esa variabilidad hacía que fuera una lotería encontrar una buena pintura, y complicaba el proceso de cambiar de tubo en medio de un cuadro. Pero también muchos pintores evitaban usar el color precisamente por tener momias en su composición. Una anécdota cuenta que Edward Burne-Jones, un pintor de 1881, se horrorizó al enterarse de la compasión de su tubo de Marrón Egipcio. Se sintió tan culpable que enterró el tubo en el jardín de su casa, realizando una pequeña ceremonia funeraria en un intento de redimir la profanación. Tras siglos de expoliación, hoy en día quedan pocas momias. Las que podemos ver en los museos son las supervivientes de un negocio de medicamentos y pintura. Los investigadores son capaces de conocer la historia del Antiguo Egipto gracias a ellas, y quién sabe el conocimiento que hemos perdido por su destrucción. Ahora solo podemos verlas en nuestras obras de arte.
Recuperado de
La razón por la cual el pigmento Marrón de Egipto se convierte en una alternativa para el mercado es
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